Álex Chico
Ilustración FH Navarro
La que entró en el piso fue Ana. También la que se
desnudó y se echó en la cama. Se estiró boca arriba y abrió
mecánicamente sus piernas. Empecé a penetrarla y de su
garganta salió un levísimo hilo de voz. Luego, sin darme
cuenta, vino la trasformación. No fue Ana, sino Cristina la
que me pidió que la inmovilizara. Sujeté sus muñecas y dije
su nombre en alto. Demasiado tarde: al llegar a la última
sílaba, Cristina dejó de ser Cristina. En su lugar, la voz de
Yolanda me pidió que la abofeteara. No fue ella, sin embargo,
quien comenzó a llorar. Fue Elena la que protestó, aunque
Diana me invitó a que continuara. Luego fue Clara. Después,
Sonia. Los insultos vinieron con Laura, quien, además, aga-
rró mis manos y las llevó a su cuello. Aprieta, dijo Mireia.
La verdad, no sé quién perdió el conocimiento. Salté
de la cama y me eché a un lado. Un cuerpo desnudo,
sobre mi cama, permanecía inmóvil. Lo observé un buen
rato y decidí esperar. En el fondo, me dije, había tenido
suerte. Que a uno le juzguen sólo por los hechos resuelve
un sinfín de variantes.
Relato publicado en PervertiDos
Buen relato... para dar q pensar
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