Unos pocos ilustrados españoles se
permitieron, ya en el último tercio del siglo XVIII escribir obras eróticas.
Así Nicolás Fernández de Moratín (Madrid, 1737-1780), Félix María de Samaniego (Laguardia,
Álava, 1745-1801), o Tomás de Iriarte (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1750- Madrid, 1791), entre otros, expresaron los más íntimos placeres e hicieron
apología de los goces prohibidos.
Aunque la mayor parte de sus textos libidinosos
circuló de forma manuscrita y secreta, en los salones y en las tertulias, como
un divertimento de las clases privilegiadas de las que formaban parte. Las principales
creaciones eróticas españolas del setecientos muestran fantasías sexuales, el
cuerpo sin decoro ni pudor, anécdotas y situaciones
picantes de hombres (muchos de ellos ancianos,
impotentes o cornudos) y mujeres (hembras lúbricas e insatisfechas por lo
general), no sin dosis de anticlericalismo (curas y obispos con barraganas y monjas
libidinosas), que en general desacralizaban la moral sexual ortodoxa de su época,
como venía sucediendo en la literatura francesa
e inglesa, que tan bien se conocía entre los
ilustrados. Aunque este estilo español no era algo nuevo, pues ya estaba en la
literatura popular grotesca desde la Edad Media y aun más lejos, en el mundo grecorromano.
Sirvan como ejemplo unos versos de Félix María
Samaniego:
Esta
es la capital de Siempre-meta,
país
de afloja y aprieta,
donde
de balde goza y se mantiene
todo
el que a sus costumbres se conviene.
¡He
aquí mi tierra!, dijo el viandante
luego
que esto leyó, y en el instante
buscó
y halló la puerta
de
par en par abierta.
Por
ella se coló precipitado
y
viose rodeado,
no
de salvajes fieros,
sino
de muchos jóvenes en cueros,
con
los aquellos tiesos y fornidos,
armados de unos chuzos bien lucidos,
los
cuales le agarraron
y
a su gobernador le presentaron.
Estaba
el tal con un semblante adusto,
como
ellos, en pelota; era robusto
y
en la erección continua que mostraba
a todos los demás sobrepujaba.
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