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4.11.13

El cuerpo arder



Fusa Díaz 
Ilustración Cristina de Cos

¿Quieres ver algo bonito, bonito de verdad? No sabía, Tomás siempre tenía el miedo en el cuerpo, por dentro, y no sabía a qué. Pedro lo llevó a una casa desconocida y se agacharon frente a ella ¿Quién era aquella mujer que andaba en camisón blanco, la que dejaba su ventana abierta, la que enseñaba el pecho en un descuido? Pedro tenía ya los pan- talones un poco bajados y cerraba los ojos al mismo tiempo que abría la boca. Tomás se bajó un poco los pantalones, dejándose llevar, abrió también la boca, cerró los ojos y puso la mano en su sexo. Y no pasó nada. Pedro, sin dejar de tocarse, impaciente, cambió de postura y se puso mirando a Tomás. La punta de su pene apuntaba indiscriminadamente a Tomás que miraba la mano de Pedro, los dedos que se le ponían blancos de tanto apretar. Cerró los ojos, abrió la boca. Y nada, nada. Cuando la primera lágrima rodaba por sus mejillas, lenta, Pedro alargó la mano y, sin miedo, brusco, cogió el pequeño sexo de Tomás que se miraba el cuerpo, el cambio, la mano de Pedro, su propia explosión. Tomás cerró los ojos y no pensó en la mujer de la ventana, pensó en los dedos de Pedro, en su boca que se abría, seca. Se notó la cara arder, el cuerpo arder. Después volvió el miedo. Un miedo extraño, irreconocible, primerizo. 

Relato publicado en PERVERSIONES.

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