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10.1.12

Sexualidad responsable

Andrés Portillo
Somos buenos cristianos, pero a los dos nos gusta jugar. Muchas noches antes de acostarnos, finjo que me enfado, cojo lo primero que encuentro encima de la cómoda: el Niño Jesús de porcelana, un crucifijo, algún rosario…, cosas así, y las estampo contra el suelo. Ella dice que soy un diablo, que está harta de mis fechorías, me grita, me insulta, me zarandea. Yo pongo cara de niño bueno y le pido que me perdone, le juro que no lo haré más, se lo juro por Dios. Pero mi mujer no entiende de clemencia; cuando jugamos por la noche, mi esposa se vuelve cruel y despiadada. Entonces me obliga a que me baje los pantalones, me coloca sobre sus rodillas y me golpea fuerte con una vara. Cuando se cansa, cuando le arde el brazo, me empuja dentro del armario del dormitorio, echa la llave y la esconde bajo la almohada. Esas noches, mi mujer se desnuda poco a poco, despacito, recreándose con cada prenda, pone ojos de pecadora, se tumba y se toca de manera obscena sobre la cama. Para no ofender al Altísimo, nunca hacemos el amor, no nos hace falta. A mi esposa le excita que la observen tras el ojo de una cerradura y a mí, me basta con observarla. 

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