Albert Xurigué
Era un día de invierno y, encogida por el frío, estaba absorta mirando la figurita humana del semáforo que, de un momento a otro, se pondría en verde. ¡Ay! ¡Un empujón! ¿Qué pasaba? ¡Un caco me acababa de arrancar el bolso! Presa del susto y debido a su rapidez, apenas pude verlo. Sólo la cazadora negra y el pantalón vaquero. ¡Qué culo más bonito!
Un par de semanas después, el tiempo había mejorado. Una servidora estaba sentada con una amiga en una terraza y tenía el bolso en la silla de al lado. Nos estábamos riendo, distraídas, cuando, de golpe, una mano fuerte de hombre agarró mi bolso y salió corriendo. En esta ocasión, quizás porque no hubo empujón o quizás porque ya era la segunda vez que me ocurría, no me asusté y, por lo tanto, tuve más tiempo para ver al ladrón, un chico joven con una espalda de deportista que hacía estremecer.
- ¡Cómo estaba el tío! –solté, resoplando.
- Patri, tranquila. Sólo es un bolso. ¿Llevabas mucho dinero? – me preguntó mi amiga, sin haber entendido mi comentario.
- No. ¡Qué va! Una miseria. ¿Has visto qué cuerpo?
- ¿Te encuentras bien, Patri? ¿Te ha dado un golpe? ¿Dónde te duele?
- No me ha dado ningún golpe. Me encuentro perfectamente. Nunca me había encontrado tan bien. ¡Buf! ¡Qué hombre! Me tengo que buscar un novio ladrón. ¡Están buenísimos!
Así, pues, a eso me dediqué, y encontré a Dani. Pero Dani no era ladrón, sino mecánico. Y, además, un trozo de pan. Pero, bueno. Tiempo después le conté mi gusto por los ladrones y no tuvo ningún problema en complacerme. Ahora, pues, mientras hacemos el amor, me roba el monedero, que está dentro del bolso junto a la cama, desabrocha la cadenita de oro de mi cuello o abre el cajón de la mesilla de noche para pillar lo que haya dentro. ¡Me quiere tanto!
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