Begoña Callejón
Vivo en un terreno limítrofe entre dos naturalezas. Siempre había vivido al otro lado del espejo, el de Alicia. Tienes los ojos cerrados y no me puedes mirar. Ahora puedo decirte que solo me siento viva a través de las miradas ajenas. El bebé se ha ido. Borbotones de sangre resbalaban por tus muslos. Adoro la sangre, no se si por su color o por su espesura. Follábamos todas las noches. Tu tumbada y yo con los consoladores hacia el resto. Me gustaba metértelos hasta dentro, necesitaba oírte gritar. Oír al bebé preocupado por su madre. Siempre te han gustado los de color azul. Manías. Restregar los labios de tu vagina contra los míos ya hacía tiempo que no podíamos, tu barriga y tus kilos cada vez se hacían más pesados. A mi lo que más me gustaba era cuando te sentabas desnuda en la cama, mostrándome tu sexo, con las piernas abiertas. Yo me sentaba en el suelo. Me gustaba tocarte desde allí. Otra perspectiva. Tu barriga me excitaba. Cada mes que pasaba necesitaba frotarme a ella con más frecuencia. Solo con restregarme y tocarme levemente ya conseguía uno de los orgasmos más placenteros de mi vida. Tu barriga no era redonda era un pepino. Daba morbo. A veces cuando dormías me despertaba para contemplar su inmensidad, pensar que ahí dentro había alguien que me observaba me hacía sudar y no tenía más remedio que masturbarme. En todo este tiempo no había oído hablar a nadie. – Perdona, ¿sois gemelas? -.
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