Marisol Torres
Ella era unos zapatos rojos, brillantes, tacón de aguja; piernas largas enfundadas en medias negras con costura por detrás; una línea recta que yo repasaba como un tren imposibilitado de andar fuera de vías. La perseguí por toda la avenida, espié su reflejo frente a todos los escaparates, la seguí hasta el café de la esquina y me senté en la barra, siguiendo las líneas rectas de sus medias. Desde que se sentó en la banqueta de al lado ya no hubo para mí nada más en el mundo.
Cuando alcanzamos el ascensor de su oficina, pulsé el botón de alarma. Adoro tus zapatos, la línea de tus piernas, quiero dar la vuelta a tu piel en dos horas. Sus ojos sonrieron. En el quinto piso, me introdujo en su despacho y me señaló una salita de espera. Cuando volvió, sólo llevaba un liguero negro con cristales swaroski encastrados, las medias con esas dos paralelas intolerables y los zapatos. Saqué mi cámara y disparé, mientras ella giraba y caminaba alrededor. Gemí, susurré, lamí sus muslos a través del encaje de blonda de sus ligas, clavé en mi glande la punta de los tacones rojos.
Cuando sonó el reloj, avisando del fin de mi tiempo, la mujer de mi mejor amigo se quitó los zapatos.
jejej buen final
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