Vuelvo a verle en el tren, como todos los días.
Esta vez se sienta a mi lado. Su rodilla roza mi rodilla. Dejo pasar unos segundos para reponerme, y rozo mi rodilla con la suya. Soy incapaz de mirarle por este atrevimiento mío.
El tren se para y todo lo demás desaparece.
- Haz conmigo lo que quieras – me susurra al oído.
- Lo que quiero es desnudarte y atarte al asiento – le contesto yo – morderte por todo el cuerpo muy suavemente, entreteniéndome más en algunas partes, hasta llegar a tu boca. Ahí puede acabarse mi sueño.
- No estamos en tu sueño, estamos en el mío – me dice mientras sus dedos se pierden por debajo de mi hábito.
Y yo…le doy gracias a Dios por llevar siempre una cuerda en el bolsillo.
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