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25.7.10

Encuentros

Ana Vidal Egea
Desde un comienzo la intimidad nos aterraba a los dos, a solas nos invadía un pudor extraño.
Cuando quién nos acompañaba amenazaba con marcharse se nos desinflaba el deseo bruscamente y sin dilación: nos quedábamos sin palabras, súbitamente desencantados, desconociéndonos de repente, con la necesidad urgente de escapar el uno del otro sin atender a explicaciones.
El primer beso fue público. Era entre la gente cuando nos atraíamos de manera obsesiva, seducidos por un magnetismo irrefrenable que no éramos capaces de controlar. También fue pública la primera vez que me penetró.
Han pasado años. Desde entonces seguimos yendo dos o tres veces por semana a ese lugar sórdido donde los desconocidos observan, se desnudan y comparten orgasmos en la oscuridad. Sólo arropados por los gemidos y las miradas insaciables de hombres y mujeres, somos capaces de entregarnos el uno al otro (nadie más nos toca).
Sólo rodeados de sexo construimos el amor.
Sólo allí somos diferentes al resto.

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