Laia López Manrique
Ilustración: Javier Crux
Amarrada al duro banco, siente de pronto que su cuerpo es un orificio parduzco y sus alas laten. Es así: a su alrededor, las voces, el aire limpio, las contraventanas, la luz del fluorescente; dentro, el templo sagrado, la textura imaginada, antifónica, del humo. Y, entonces, todo ocu- rre: el cruzamiento de las piernas, el dedo que avanza hacia la cremallera del pantalón sin atreverse a franquearla, el roce de los muslos, la lava que cae del coño, del oscuro acorazado coño, la transpiración del ripio a través de la tela. Oh, la imitatio auctoris, la imitatio auctoris, los ojos entreabiertos, el rictus serio y grave, contra la lengua her- mética el sabor de la saliva. Un movimiento más y nota cómo el mundo la abandona, la delación de un sonido ahogado entre los labios, la risa de alguien que la acusa y la mirada desencajada e hiperbólica de la profesora de Literatura Española II en la tarima.
Antes de salir de la clase piensa con soberbia que, en poesía, la contención siempre superó al ornato.
Relato publicado en PervertiDos
Qué elegante.Se lo recomendaré a mis dilectas compañeras de literatura II.
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