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22.10.12

Fist & Sling

Culbert Moreno
El sling del bar es un poco incómodo, pero me gusta porque está a la vista de todos. Sobre todo de los recién lle- gados –todavía fríos de calle y convenciones sociales– y del patrón del Club: delicioso machote, que le tiene un miedo religioso al fist, pero no puede apartar sus ojos de las dotes sobrehumanas de algunos clientes selectos entre los que, inmodestamente, me destaco.
Yo sé que le gusto. Hasta caramelito en la boquita me ha puesto, y luego me preguntó, como con disimulo, si no me gustaba de otra cosa que el fist.
“Esos huevos, me dije, quieren sal”.
El pasado domingo debo haberle dado el puntillazo (lo comprobaré la próxima semana): el Viejo me clavó su extre- midad superior hasta donde el antebrazo pierde el prefijo. Hubiéramos ido más lejos, como en otras ocasiones, de no ser porque Caetano se sumó al concierto, metiendo su diestra donde ya había otra y, con la siniestra levantóme la pija para ponérsela al Viejo glotón en la boca. Aguanté como un mulo, pero me vine como un toro. Y tras semejante orgasmo, no hay Titán que consiga rellenarse el puñetero hueco.
Cuando recuperé la vertical y el resuello, el patrón del Club me lanzó, con la codicia en los ojos.
–¡Te diste como una reina!
–Como una República –le corregí–. Con todos y para el bien de todos.

Relato publicado en PervertiDos

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