Ilustración Raquel Valenzuela
La primera nota que me escribiste, la que deslizaste con
disimulo dentro del bolsillo de mi abrigo, fue la que produjo
el chispazo. Yámame, rezaban unas letras anónimas, escritas
con carmín y prisa debajo de un número de teléfono. Te
llamé, claro está, no pude resistirme, y al poco ya vivíamos
juntos. Desde entonces, lo primero que hago cada mañana al
despertar es buscar el mensaje garabateado en un papel que
sueles dejarme, apoyado en la cafetera, antes de marcharte
a trabajar. Me estremecen tus confusiones sinuosas de bes
y uves. Me excitan tus acentos inventados, que se clavan,
placenteros, en mis ojos. Me pierden las haches intercaladas
a tu antojo, entrometidas, y me encienden las olvidadas, que
dejan desnudas las palabras, indefensas. Por eso, cuando no
encuentro tus buenos días repletos de errores, revuelvo el
piso en busca de cualquier cosa que hayas escrito, en la lista
de la compra, en la agenda de teléfonos, en el calendario
que cuelga de la cocina o en un papel de tu billetera. Más
que lo que me dices, me encanta cómo te equivocas, aunque
jamás te lo he confesado. De todos modos, supongo que ya te
habrás dado cuenta porque la nota que dejaste esta mañana,
mucho más larga que de costumbre, estaba correctamente
escrita. Decía que te marchas para siempre y sólo tenía una
falta de ortografía. En mi nombre.
Relato publicado en PervertiDos
Qué bueno! Me encanta, y la ilustración también.
ResponderEliminarGenial!
ResponderEliminarCuando alguien adora lo que en realidad es un defecto en el otro...eso es amor, sin lugar a dudas.
Cuando el otro falta, o se va, se va todo...hasta los defectos!
¡Asombroso! Este es un defecto que yo no perdono... He dejado de contestar mensajes de gente por sus faltas de ortografía....
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