Cuatro hombres en blanco y negro viven sobre un escenario. Uno de ellos respira a través de un saxofón mientras otro llora en la trompeta. Cuatro figuras de humo, perseguidores eternos a contraluz, cimbrean sus cuerdas, machacan las teclas. Los pies, soldados de la melodía, marchan, quieren más, y más... Las bocas secas se apagan en bourbon y de pronto, sin que nadie sepa de donde surge, la voz de una mujer juega a esquivar las notas, como un pájaro los barrotes de una celda. Entre bastidores, Baker, Coltrane, Holiday, Davis, Parker, Cortázar… Todos se abrazan.
Aunque el jazz es música de ciegos, ahora te estoy mirando: lee mis ojos, persigue mis manos.
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