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17.1.12

Los consejos de Pasífae

Hugo García
Neroe, la esclava libia de Pasífae, abandona la recámara donde ha velado el sueño de su ama. Fuera encuentra el bochorno de la luna de agosto sobre Cnosos y al ganado dormido de Minos. Camina. Recuerda las palabras de Pasífae a Fedra a la hora del baño,
(...no digas que si lo pruebas acabarás “mugiendo en secreto”, como algunas amigas mías de la Corte, ellas saben, yo sé, que el placer que nos fue vedado llega como tempestad, feroz y fugaz al tiempo, que te abre las encías y las uñas, te abisma el cuerpo hasta disolverlo y te vuelve el deseo necesidad, no pienses qué hará contigo Afrodita si decides probarlo, ella ya te ha condenado, eres Fedra, hija de Pasífae).
Neroe vaga sus manos por la soledad de su piel despierta. Recuerda a su amante corintio, aún era libre, sus pendientes tocaban las ajorcas de sus tobillos cuando se doblaba para recibirlo.
Camina. Encuentra la novilla de madera que inventara Dédalo y Pasífae ocupara para fundirse con el toro de Posidón. Neroe se cuela dentro. Advierte que todo su cuerpo se ajusta a la madera del interior, pero que el caos le hurta mente y memoria. De repente, conoce los extremos del placer del que hablaba Pasífae y tres veces repite su entrega a un mismo toro ensabanado.
Al amanecer, aquel engaño de madera se hace añicos y una ternera cárdena se sacude las astillas. Neroe deja de ser humana y esclava y Posidón no dudará raptarla.  

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