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15.6.11

Solipsismo

Federico Villalobos
Me gusta hacerlo delante de mi mujer, y mostrarme imperturbable cuando se asoma a mi gabinete y me sorprende con ella en la mano. También disfruto cuando es un hombre el que me mira, siempre que lleve puesto uniforme. Las sotanas dan aún más juego, con sus melifluas admoniciones y su ilimitada capacidad para el goce vicario. Pero lo que más me gusta es hacerlo a solas. Pongo todos mis sentidos y toda mi voluntad en disfrutar como los primeros años, huyendo de la mera compulsión. No siempre lo consigo. A veces se me va el santo al cielo. Entonces me la guardo y me dedico a otra cosa. Es posible que vuelva a sacarla más tarde, en el coche, y no es pequeño el deleite que me proporciona reparar en cómo el chófer me observa disimuladamente por el retrovisor mientras me aplico en mi gratificante tarea. Debo admitir, sin embargo, que últimamente me rondan ideas tan peregrinas como perturbadoras que amenazan con amargarme el mejor momento del día. Figúrate, Sagrado Corazón de Jesús, que el otro día, al sacarla, se me antojó que de su punta manaba sangre. La solté. Desde entonces mi mano derecha, que siempre sujetó con firmeza la pluma con la que firmo las sentencias de muerte, no ha dejado de temblar.

Relato publicado en PERVERSIONES.

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