Fran y Ana hicieron un trato: si él quería practicar sexo anal, tendría que dejar que ella también le diera por detrás. Y así hicieron: primero fue él, y luego, Ana, armada con veinte centímetros de polla artificial. Al llegar la mañana, ella ya se había marchado, pero se dejó olvidado el arnés y el miembro de látex. Fran se apresuró a tirarlo todo. Le invadió la vergüenza: sintió placer. Pero él no era ningún mariquita. Respiró más tranquilo cuando vislumbró por su calle el camión de la basura que, en cuestión de minutos, se llevaría el secreto de su hombría violada.
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