Asterión García, alumno de un colegio de curas, comenzó a masturbarse a temprana edad. Durante años creyó que el onanismo era la única práctica sexual existente. Hasta que un día, ya en plena adolescencia, vio por primera vez una película porno. Al llegar a casa, quiso probar eso de meter el pene en un agujero. Como no tenía ningún trato con chicas, no tuvo más remedio que aguzar el ingenio para poder experimentar el mete-saca. Ni corto ni perezoso, aquel mismo día, construyó un hoyo del diámetro aproximado de su pene en el sofá de su casa. Lo penetró y se corrió dentro. Al acabar el acto colocó una manta por encima para cubrir la especie de vulva que había construido en el diván. Fue entonces cuando su pasión por los sofás se convirtió en irreversible. Tiempo después, sus padres, al ver que el canapé se había convertido en un queso gruyere, se vieron obligados a comprar un nuevo tresillo. ¿Por qué insistirá tanto en que compremos uno relleno de pluma de oca, en vez del tradicional de espuma?, se preguntaban. La respuesta la descubrió su madre cuando, un día, asustada por los gemidos, acudió al salón y vio a su hijo hacer movimientos pélvicos como un poseso. Creyó, naturalmente, que habría alguien debajo, sobre el asiento, pero cuando avanzó un paso se percató de que su hijo no sólo se estaba follando al sofá de pluma de oca, sino que también, con gran pasión, lo besaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario