Elena Azcarate
La señora, siempre alegre y pizpireta, hoy se encuentra triste. Su amado Pepe, que siempre le hacía reír, que le daba tanto cariño sin pedir nada a cambio, él, que la hacía feliz y le calentaba la cama por las noches, se ha marchado para siempre. Después de quince años juntos, una mañana se lo encontró frío en el suelo. Y le ha dejado un hueco enorme, casi insoportable.
Ahora, cuando se acuesta y nota la cama tan vacía, se acuerda de su pelo tan suave, de su lengua, tan juguetona, de cómo se abrazaba a él en las noches de invierno. Recuerda tanta pasión, cuando se enganchaban el uno al otro y ella se sentía plena.
Y cuando todo esto le viene a la memoria, llora y llora sin parar y piensa que ya nunca volverá a ser feliz.
Su vecina y amiga, al verla tan triste ha tenido una idea. Le ha regalado un chihuahua. Pero la señora, al verlo, se ha puesto a llorar con desconsuelo.
Su amiga le ha preguntado si no le gusta el perro y ella, entre hipidos, le ha contestado:
- ¡Mi Pepe era un pastor alemán!
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