Mi amada está cansada de chupármela. Ya vale de sexo oral, me dice. Pero dada tu condición, intento razonar, pellizcándole un pezón, es de lo poco que podemos hacer. Ella se pone roja como un cangrejo. ¡Me voy, ahí te quedas, que eres un guarro!, me grita, y mi sirena salta del barco y se aleja por el ancho mar, meneando su cola de pez con brío y cierto despecho.
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