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22.3.10

Sexo beligerante

Rubén Gozalo Ledesma
Cada vez que mi novio deseaba hacer el amor, encendía el televisor, ponía el deuvedé de Salvar al soldado Ryan y seleccionaba las escenas de guerra. Se excitaba escuchando el silbido de las balas, el impacto de la metralla, el fuego de mortero o las bombas de los tanques. Aquellos sonidos encendían su entrepierna de una forma inimaginable. A veces, se creía Stallone, Schwarzenegger, Steven Seagal o Van Damme. Pronto, su líbido empezó a demandar estruendos más realistas. Un día compró unos tapones y me indicó que me los pusiera. Mientras manteníamos relaciones sexuales se puso a encender la mecha de varios petardos. Nada le ponía más que una buena explosión. Cuanto más fuerte, mejor. No me sorprendió que para el viaje de novios eligiese como destino la guerra de Irak. Su fantasía sexual inconfesable, masturbarse delante de un terrorista suicida.
Apenas tarde unos días en quedarme viuda.

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