He esperado a que papi y mami se durmieran para ir corriendo hasta el viejo caserón de la colina donde se celebra la fiesta de disfraces. Ellos no querían que fuese. Dijeron que todavía soy muy pequeña, pero yo sé que no es por eso, sino por algo ocurrido en el viejo caserón, algo atroz, que no quieren contarme.
Por ahora el salón de baile está casi vacío. Mis amigas aún no han llegado. Sólo hay un grupo de hombres disfrazados de zombies, que se mueven lentamente de un lado a otro. No los reconozco. Algunos me observan de soslayo. Otros, con torpeza, se acercan hasta mí, cada vez más. Supongo que quieren asustarme de mentira. Ahora me acorralan contra la pared, me gruñen al oído, me acarician los pechos y hasta me muerden. Pero no voy a gritar
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