El profesor Hilario Muñiz pasaba las horas buscando el milagroso ADN que serviría de nexo entre el mundo animal y el vegetal. Sabía que ya había gente trabajando en ello, intentando incorporar a determinados vegetales la capacidad de producir proteínas humanas. Pero sus planes apuntaban mucho más lejos.
Su esposa, Lidia, entraba en el laboratorio al final del día y le acariciaba la espalda. Sin embargo, paulatina e inevitablemente, empezó a alejarse de su marido. Primero, dejó de entrar al laboratorio. Le llamaba a la puerta y le decía que tenía algo de comer en la cocina. Luego, dejó de llamar. Pasaron días sin que cruzaran una sola palabra, incluso sin verse en absoluto.
Cuando por fin Hilario descubrió que el secreto estaba en el genoma de las plantas carnívoras, quiso celebrarlo con su mujer, pero ya era tarde. Lidia había construido una barrera de indiferencia precisamente para ese momento. Nada de lo que él dijo consiguió cambiar las cosas. La situación había llegado a un punto de no retorno. Y eso era algo que el profesor Muñiz no podía siquiera imaginar.
Ahora, se acerca a ella e intenta explicárselo una vez más, hacerle entender que no podía dejarla marchar, que no podía vivir sin ella. Lidia está en el alféizar de la ventana. Una hermosa rosa roja, de tersos pétalos y grandes ojos verdes, de mirada acuosa y un poco suplicante. Una mirada que se ha vuelto más sosegada, aunque sigue cargada de odio.
Me ha hecho pensar en "Orquídea Negra"; un personaje de comic de DC ... sobre todo me recuerda a la versión de ella de Neil Gaiman y Dave McKean.
ResponderEliminarUn saludo.